ABUSIÓN DE LUNA NUEVA

Formóse silencio cuando en el corro de la lumbre se sentó un anciano moreno de piel de papel, ojos de mirada gastada y de un nombre bizantino que no consigo retornar a la memoria. Contaba que en los años en los que la vida era un bien menospreciado existió un hombre de rostro cubierto y afilada percha que a veces aparecía cuando el sol se ponía. Los aldeanos le procuraron por nombre Justicia.

Narraba aquel anciano que la luz de Luna se le posaba en el traje encapuchado que portaba, con una espada al dorso y un cuchillo junto a un saco mediano de piedras en el amarre de su cintura. Los candiles de la calle se apagaban a su paso por el frío que emanaba su respirar y su caballo negro carecía de montura. Con seguridad diría que aquel animal nunca había sentido el filo de los estribos en su lomo.

Aquel caballero trocaba las piedras negras de su saco por las vidas de quienes sabedores de su injusticia insistían en blandir sus espadas en los cuellos de los inocentes y en violar a las doncellas que gritaban tristeza de resignación,  por eso, algunas noches Justicia montaba sobre su caballo y el viento se detenía para escuchar los pasos de aquel animal zaíno sobre el piso de piedra húmeda.

Los marineros errantes y los maleantes de tierras nuevas acostumbraban a saciar sus ganas en la villa, para llenar sus tripas de vino y sus entrañas de avaricia. Los males de las buenas gentes de aquel sitio no eran sino las vidas que entregaban a la muerte por amor y los muertos por las almas negras que buscaban risa en el dolor y placer en la tortura.

Cinco hombres de aspecto rudo y malas intenciones en el habla rondaban por  aquel tiempo cosechando terror en la villa. De odio especial era un hombre de entre los cinco, de cabello rubio y fijado por las doncellas, de mirada lista y seguro de sus palabras, que profanaba cada noche la inocencia de una joven no sin dejar conciencia de su gusto por maltratar. Sus ansias por quitar la dignidad no veían horizonte y su fama se forjó temible.

Despertó la mañana en que la hija del herrero yacía junto al almacén de pienso con las piernas en sangre y las vestiduras rotas por el abuso de aquellos hombres advenedizos, sin fuerzas para llorar y con la mirada quieta recendió su último aliento entre los sollozos de su madre. Adivino que el corazón del hombre sin rostro se sobreventaba al sucederse actos tan infames pero aquella vez, su rabia no pudo sujetarse y convirtió el odio en espada y el dolor en sacrificio cuando el sol se puso aquel día, más triste que nunca.

En la noche siguiente, la de Luna Nueva, puedo asegurar que encontrábame sentado en un rincón de la taberna ensordecida por el gentío, de mar en su mayoría y de mala sangre en general, que se mezclaba con golpes en las mesas y cantares profanos. De pronto un ruido sordo hizo callar a los beudos de venas gruesas que rezumaban culpa por los poros, el portón se abrió con fuerza y dos de los bravos escorrechos calleron al suelo como dos trapos color carne. La gente se marchó quedándonos unos pocos presa del estupor, entre aquellos los cinco hombres, ya sólo tres con aliento.

Confieso que me pecaché agazapado, siguió narrando el anciano, no por temor a ser juzgado sino más bien por no saber lo que vendría postrero al golpe del caballero de rostro tapado. Entonces dos hombres más de cabello lacio y de piel acuñada en barro irguiéronse en pie por su última vez en vida para atacar a Justicia que sin dudar del pecado de los allí presentes lanzó su espada contra el pecho de uno e inclinó su puñal en el costado del otro, dejándolo pálido como el rocío helado.

El quinto hombre quedose en pie y el tabernero salió corriendo, Justicia se acercó y lo aferró del cuello hasta que clamó piedad como el cordero en día de adviento, mas tenía esperanza real del asmar del caballero pero, "sólo existe una verdad no mas cierta que la sed que dejan las gotas de agua de mar en el sediento" y diciéndole ésto apretó su mano firme privándolo de respirar y con la otra le arrancó la lengua de cuajo, su cabello tornose a negro y sus ojos sangraron con el sufrir de la joven que había muerto a sus manos la noche antes de Luna Nueva.

Si bien me quise marchar resistí mi tento por curiosidad, pues en el fondo me sentí a salvo por momentos y dejando caer al suelo aquel cuerpo estrangulado, respiró profundo y extrajo de su saco de cuero cinco piedras negras, una por cada muerto, que puso junto a los cuerpos amortados en el suelo. Aún hoy me dispone el homicero de si aquel hombre mirome en algún momento, pero de cualquier forma, él sabía de mí cuando arodillose a mi frente y le sacó la espada hendida al torso de tercer muerto, para dos momentos después clavarla en su propio pecho, aventándose de paz en medio de  aquel infierno.

Salí de mi condesijo y cogí una de esas piedras que parecían alabastros negros; sentila lienta y caliente y con cuidado la dispuse dentro de mi saco para no nocirla. Vislumbré la sangre espendida y torné la vista hacia el caballero Justicia pero, sólo quedó su traje vacío de cuerpo y su espada rasgando el ropaje, cosa de brujería o tal vez de un ente divina, solo puedo recordar que afuera en la lejanía oyose el relinchar desvaneciendo de su caballo en la oscuridad, llamando a su amo, que nunca regresaría. Cayeron algunas ascuas de los cirios del tablado y festiné mi salida del sitio contemplando después sus llamas afuera en medio de la oscuridad. No sabía cómo pero se había llevado consigo el sufrimiento que mordió durante tanto tiempo aquella malvesta villa que añoraba libertad.

Nadie volvió a hablar de aquel caballero, nadie se atrevió a mentar su nombre por señal de respeto para así honrar su memoria en silencio pero, las noches en las que la Luna se torna nueva cuentan que su caballo negro aparece para regresar a su jinete a casa; sus pasos se vuelven a oír y el viento se para aunque ya no hay llantos de dolor que necesiten ser calmados por aquel ser extraño que convirtió en propios los males ajenos y decidió conortarse volviendo de donde vino para calmar la rabia que ahora porta la sombra su caballo negro.

El anciano sacó uno de aquellos cantos ennegrecidos de su manga y dijo que aquella fue la única vez que había visto a un hombre haciéndose dueño de las vidas que salvó y de las que llevose consigo al mismo tiempo. Aunque la duda se apoderó de su lengua cuando afirmó que aquel caballero era el hombre más noble que en vida conociera, porque no tenía certeza de que fuese un hombre ni de que aquel día muriera.






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