LOS PANTALONES VAQUEROS SE FABRICAN EN LA INDIA

Vivir disfrutando nos hace sentir culpables. 


Morirse del asco es una casualidad extraña, una forma de engañar a las risas serias escritas con los dedos y a las barbacoas de domingo tras un alambre de espino, a la lluvia con patatas gajo y a las costumbres de dictador a nivel usuario que se ríen del miedo al peligro que nos puede hacer sentir la libertad. El aire fresco de la nocturnidad que pagamos en negro al subconsciente sirve para entender que no estamos solos, simplemente lejos de todo lo que tenemos cerca.


Me arrepiento de esa gran habilidad para no estar en el momento por estar ocupado en otro tiempo y en otro lugar. Será que no esperé lo suficiente al sonido de los mil años/voz que tardan tus palabras en cruzar nuestra galaxia, será que nunca apareciste por el lado al que estuve mirando, será por cruzar los brazos en mitad de la esperanza  o por temer que se nos pasara el arroz teniendo el fuego apagado desde que nos quedamos congelados en el espacio interior de los domingos empapados en sudor, diametralmente compactos, descafeinadamente raros.


Liquidar los sólidos de los momentos recortables no los harán más fáciles de colorear porque no hay nada más fuerte que el sepia sin filtrar de los recuerdos en blanco y negro y no hay nada más feo que las respuestas sin disimular tirando a matar a pecho descubierto, no hay nada más duro que mirar a unos ojos que te dicen la verdad, sabiendo que tienes que responder mintiendo para no tener que soportar las lagrimas de una ilusión que se muere sonriendo.


Los pantalones vaqueros se fabrican en la India y las aguas de los desiertos no brotan de las palmeras, sino de los sedales de segunda mano que usan los ancianos para intentar pescar billetes de invernadero. Ni siquiera el calor frío de los ríos de alquitrán pueden parar el antiguo diezmo que nuestros riñones dejaron de filtrar cuando las barrigas infestadas de hambre dieron por bueno el sabor sintético de las cartillas de racionamiento. 


La felicidad de los perros es un choque frontal de necesidad, una llamada de auxilio para el resto de tontos que conduciendo en sentido contrario se concentran en llegar al final, esperando a que el momento de disfrutar llegue con las arrugas de doble ventana de un hospital, de un cuerpo moribundo, de una versión para adultos del síndrome de Estocolmo.


Siempre podremos dar un paso más hacia atrás para que el salto sobre el vaso  no quede en intento fallido y siempre podremos dudar de los programas de reconocimiento facial, pero me sigues sonando tanto que no consigo acordarme de mí contigo ni de tí sin migo, ni del cianuro diluido en las gotas de suero oral de salario mínimo que compartimos durante un año lunar entre los dientes de un dragón dormido.











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