LAS LÁGRIMAS A QUEMARROPA DUELEN MÁS QUE EL ARREPENTIMIENTO


Más allá de los colores primarios y de los reproches de segunda fila habrá que dar cuenta de porqué a las malas hierbas que plantamos hace años no se las puede matar con el veneno de las serpientes. Habrá que repetir las voces mal dobladas y las fotos trucadas de los cadáveres en fila y habrá que pararse a pensar en cómo hemos cambiado las normas para no jugar en campo contrario.


De vez en cuando no viene mal pararse a mirar atrás antes de meterse entre los matorrales del camino. No viene mal pedir consejo a los libros de historia por mucho que nos empeñemos en no saber leer, tampoco escuchar a las manos arrugadas de los que tienen experiencia en el arte de morirse por si acaso, y a veces, obedecer a la conciencia antes de echarnos las manos a la cabeza.


Puede que los colores sean subjetivos o que la lluvia ácida esté distorsionando el arcoiris, puede que la gente sin culpa no quiera recibir noticias desde una recámara o puede que nuestra inocencia empapele las paredes del infierno. Puede que el infierno esté en las mentes atrofiadas de gatillo fácil o puede que alimentar a un hambriento sea el chantaje perfecto para su autodestrucción.


Nos gusta pensar que duele igual el filo de la navaja esgrimida en defensa propia que las quemaduras de los puros encendidos con billetes manchados de petróleo y nos parece que no suenan tanto los truenos desde el refugio ni los mordiscos desde la copa del árbol ni las trompetas desde la oficina, pero el eco de la vanidad rebotando en nuestras cabezas huecas hace que se nos olvide olvidar  que lo que vivimos no es real y que nuestra lobotomía frontal nos da la dosis de morfina necesaria.


No falta mucho para que las medallas del egoísmo en el bolso de nuestra camisa nos arranstren al fondo del pozo de los deseos, una vez allí, podremos recoger la calderilla que pagamos por las promesas que nunca se llegaron a cumplir. Ya pagamos un alta inicial a costa de nuestra ignorancia y una cuota mensual a todos los que nos dijeron lo que queríamos oír para meternos en el redil.


De nada servirá quemar los libros en las hogueras para calentarnos en el invierno o cubrirse la cabeza para ser el verdugo de los inocentes... ir a dar de comer a los leones al circo o  arrancar los cascabeles del cuello a los leprosos que abandonamos a su suerte. De nada servirá el arrepentimiento en las tormentas en medio del mar y tampoco el agua salada para poder ignorar que no nos estamos muriendo de sed ni de hambre, nos estamos muriendo de muerte y nos estamos ahogando con sangre.


Mutear los gritos de la gente en la pantalla es un viejo truco de temporada para no atragantarnos con los animales que matamos a golpe de hipocresía. Las opiniones y los juicios de valor se quedarán en la puerta cuando volvamos a casa por Navidad cubiertos con piel de cordero y de nada nos habrá valido pasar tanto tiempo afilando los dientes de nuestras dentaduras postizas.


De nada nos habrá valido llorar a escondidas y sonreír a destiempo en la sala de estar.









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