NO EXISTEN LOS UNICORNIOS



No existen los unicornios. No existe la forma de saber si obviando los despertares en una cama de 90 conseguiremos una buena excusa para recoger las gotas de agua del rocío. Pero tampoco se puede tener la conciencia tranquila sabiendo que ninguno de tus huesos se ha roto, que las cicatrices no fueron por las heridas y que intentar llegar al fondo del lago atándote una piedra al cuello no compensa.


Las ciuades que nunca duermen se inventaron para las personas que no llegaron a nacer, para los que creyeron que lo tenían todo sobre su moqueta gris, para los que se convencen a sí mismos pensando en los éxitos del mañana y en las decepciones del día anteior, para los que creen que la línea recta que siguen nunca se torcerá o para los que siguen esperando una llamada en su teléfono sin batería.


Si damos de comer a la hoguera con nuestras cenizas, el aire de la habitación se volverá espeso y negro y por la ventana nos mirarán con el recelo de un hermano pequeño al que nuestra ropa vieja le sentó mejor por que era adoptado; porque poder elegir es un privilegio de nuestra era moderna al que muchos nos desacostumbramos tanto, que preferimos que otro lo haga por nosotros. 


No somos capaces de saltar el muro pero sí de ver a su través, no tenemos miedo de juzgar pero sí de intentar saltarlo y lo que es peor de saber que se siente estando al otro lado. No queremos buscar soluciones pero tenemos la respuesta a todos los problemas, no queremos mancharnos con los charcos pero salpicamos a los demás con el barro de las ruedas de nuestros tanques. No queremos talar el árbol hasta descubrir cómo treparlo.


Bailar sin saber porqué no es lo  peor de ser marionetas, a veces no estamos conformes, a veces sí,  a veces podemos tirar con más fuerza de los hilos para seguir nuestro propio ritmo, a veces pensamos que hay alguien ahí que guía nuestros pasos, incluso a veces nos divertimos sin tener consciencia  de nosotros mismos. Lo peor es mirar hacia arriba y descubrir que nadie nos está manejando.


Las pintadas sobre la arena o las palabras en medio el desierto valen lo mismo que los lamentos de los finales sin previo aviso y, aunque cambiar es entender, no se puede encontrar la lógica a los caminos teñidos de sangre ni a las cadenas al aire libre, a la desesperación del no poder o a balancearse en el columpio oxidado que acabó siendo tu vida, a arrancarse los ojos para poder ver como te intentas sentir vivo manteniéndote muerto en vida.









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