https://www.youtube.com/watch?v=fbszJJr9I9U
El masoquismo a medias es un vicio de nuestro
tiempo difícil de entender, las persianas bajadas no hacen más que quitarnos
horas de sueño y el olor a silencio de la luz templada hace más llevaderas las
conversaciones de ascensor, pero somos adictos al dolor de la falta de cariño,
al refugio de los ojos llorosos en la melancolía de las canciones tristes y a
intentar volar sin alas de lunes a viernes.
La magia del momento no es sino una pregunta que
no quisimos hacer para no saber si hubiera habido algún inconveniente que nos
hubiese convenido, nos gusta tener la duda del auto convencimiento para no
aburrirnos y así conservar la esperanza de poder saber si no sabiendo
hubiéramos alcanzado ese instante en que nos quedábamos sin aliento cuando
nos veíamos, cuando compartíamos un soplido del viento caliente de aquellas tardes
de verano.
Caer en el pozo negro de la incertidumbre no está
tan mal si tirando de la cadena se despejan tus temores, teniendo en cuenta que
soliendo creer que lo sabemos todo, nunca seremos sabios en nada pensando que
el mejor recuerdo de algo es su final, porque el fin no es más que un intento por
olvidar y las cosas no terminan mientras haya memoria que ponga color a los
recuerdos y sonrisas a los momentos cargados de hedonismo.
No existen finales tristes las verdades a
medias, ni si quiera los cuentos que nuestro padre se inventaba para dormir
mejor caben en la cesta del remordimiento; ni los recuerdos incompletos
ni las palabras a destiempo. No existen las olas de regreso, ni los trenes que
perdimos porque nunca llegaron a pasar.
No existen lágrimas en mi mejilla ni la maldad en los sueños de resignación, ni la comida para un
corazón hambriento, ni angustia en la desesperación, ni la luz en el agujero que
tengo clavado dentro del esternón.
La soledad no es más que un invento en el que
refugiarnos cuando nos empeñamos en no querer salir a jugar con nuestras
imágenes de archivo, un puzle de cristales rotos que forma un corazón pintado
de barro que sobrevive de las migas del romanticismo. Pedazos de orgullo que se
caían de la memoria cuando nos sentábamos a comer en aquellas sillas
cojas que tenía que calzar para que nuestros ojos pudieran estar a la misma
altura, aunque tú siempre parecías estar por encima del resto.
No hay fin que por mal no venga, no hay momentos
que no puedan igualarse ni miradas que no puedan compararse en algún momento
del futuro, ni recuerdos tan nítidos que parezcan reales ni flases tan intensos
que hagan que quedarse mirando a un punto fijo sea lo más espontáneo que se me
ocurra, ni memoria que no reemplace una nueva vida, ni miel que endulce el
amargor de los momentos olvidables, ni las mañanas de roces voluntarios.
Ni mentiras como éstas que puedan aliviar el
fuego que llevo intentando apagar con lágrimas desde que no soy capaz de
recordarte.
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