LOS FINALES SON PARA OLVIDAR QUE SE NOS ACABÓ LA MEMORIA


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El masoquismo a medias es un vicio de nuestro tiempo difícil de entender, las persianas bajadas no hacen más que quitarnos horas de sueño y el olor a silencio de la luz templada hace más llevaderas las conversaciones de ascensor, pero somos adictos al dolor de la falta de cariño, al refugio de los ojos llorosos en la melancolía de las canciones tristes y a intentar volar sin alas de lunes a viernes.

La magia del momento no es sino una pregunta que no quisimos hacer para no saber si hubiera habido algún inconveniente que nos hubiese convenido, nos gusta tener la duda del auto convencimiento para no aburrirnos y así conservar la esperanza de poder saber si no sabiendo hubiéramos alcanzado  ese instante en que nos quedábamos sin aliento cuando nos veíamos, cuando compartíamos un soplido del viento caliente de aquellas tardes de verano. 

Caer en el pozo negro de la incertidumbre no está tan mal si tirando de la cadena se despejan tus temores, teniendo en cuenta que soliendo creer que lo sabemos todo, nunca seremos sabios en nada pensando que el mejor recuerdo de algo es su final, porque el fin no es más que un intento por olvidar y las cosas no terminan mientras haya memoria que ponga color a los recuerdos y sonrisas a los momentos cargados de hedonismo.

No existen finales tristes las verdades a medias, ni si quiera los cuentos que nuestro padre se inventaba para dormir mejor caben en la cesta  del remordimiento; ni los recuerdos incompletos ni las palabras a destiempo. No existen las olas de regreso, ni los trenes que perdimos porque nunca llegaron a pasar. No existen lágrimas en mi mejilla ni la maldad en los sueños de resignación, ni la comida para un corazón hambriento, ni angustia en la desesperación, ni la luz en el agujero que tengo clavado dentro del esternón.

La soledad no es más que un invento en el que refugiarnos cuando nos empeñamos en no querer salir a jugar con nuestras imágenes de archivo, un puzle de cristales rotos que forma un corazón pintado de barro que sobrevive de las migas del romanticismo. Pedazos de orgullo que se caían de la memoria  cuando nos sentábamos a comer en aquellas sillas cojas que tenía que calzar para que nuestros ojos pudieran estar a la misma altura, aunque tú siempre parecías estar por encima del resto.

No hay fin que por mal no venga, no hay momentos que no puedan igualarse ni miradas que no puedan compararse en algún momento del futuro, ni recuerdos tan nítidos que parezcan reales ni flases tan intensos que hagan que quedarse mirando a un punto fijo sea lo más espontáneo que se me ocurra, ni memoria que no reemplace una nueva vida, ni miel que endulce el amargor de los momentos olvidables, ni las mañanas de roces voluntarios.

Ni mentiras como éstas que puedan aliviar el fuego que llevo intentando apagar con lágrimas desde que no soy capaz de recordarte.







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