https://www.youtube.com/watch?v=RxabLA7UQ9k
La sensación era parecida a la de antes de emprender
un viaje, una mezcla de deseo e incertidumbre, algo entre lo primitivo y el
desconocimiento de lo que siente el mismo ser partido en dos cuerpos, un alma
que se mueve entre dos fuerzas que no quieren mirarse a los ojos para no caer
en la trampa, una esencia con sabor amargo pero con el aspecto dulce de una
manzana podrida.
Dos cuerpos, dos corazones y dos cabezas pero un
solo sueño en el que vivían cada vez que comprobaban que estaban despiertos, un
sueño en el que tenían celos de sus propios cuerpos, tenían envidia del
viento que se metía entre sus adentros y manía a sus ojos por no poder mirar
sin cerrarse la belleza de lo que estaban sintiendo en aquella cárcel de
colores.
No importaba el resto, no tenían miedo ni prisa,
no querían perder la cabeza y no sabían cómo no hacerlo, sólo sabían que algún
día las nubes se volverían grises y uno de los dos se perdería en uno de los
callejones oscuros de su propio paraíso y que aunque nada les impidiera ser
libres eran presa de ellos mismos, de esa obsesión mutua a la que estaban
sometidos.
Pocas cosas eran más intensas que un roce
involuntario o un susurro que se ensimismaba con su voz en el vacío de la casa
que nunca necesitaron amueblar porque no podían perder el tiempo, no podían
dejar escapar ni un segundo de sus vidas en vivirlas, pero si en morir juntos
hablando con sus cuerpos.
Todos los días sonaba la misma canción, de odio
obligatorio, que se transformaba en el amor más sincero que hayan tenido nunca
dos seres inhumanos, el amor de dos polos opuestos condenados a atraerse
con tanta pasión que la muerte era la forma más fácil de acabar con su
sufrimiento. Así pasarían la eternidad pegados, abrazados y sin necesitar
hablar para decírselo todo.
Sabían que ya habían pasado por eso antes, ya
tuvieron una vida plena en un tiempo pasado antes de venir a este mundo, porque
sus ojos ya se conocían y sus labios ya se habían amado delante del reflejo de
la ventana del autobús. Su pelo largo conservaba la forma que sus manos marchitadas
le dejaron mientras sonreían y se preparaban para pasar juntos cada día.
Entonces sus corazones se pararon al mismo tiempo
y sus lágrimas se juntaron en la comisura de sus labios mientras los primeros
rayos de luz de la mañana entraban por la ventana, los pájaros dejaron de
cantar y volaron tan alto como sus almas, que tuvieron la suerte de unirse en
vida y que sólo se apagaran cuando el sol deje de salir o cuando seguir
amándose no valga la pena.
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