DOS POLOS OPUESTOS CONDENADOS A ATRAERSE

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La sensación era parecida a la de antes de emprender un viaje, una mezcla de deseo e incertidumbre, algo entre lo primitivo y el desconocimiento de lo que siente el mismo ser partido en dos cuerpos, un alma que se mueve entre dos fuerzas que no quieren mirarse a los ojos para no caer en la trampa, una esencia con sabor amargo pero con el aspecto dulce de una manzana podrida.

Dos cuerpos, dos corazones y dos cabezas pero un solo sueño en el que vivían cada vez que comprobaban que estaban despiertos, un sueño en el que  tenían celos de sus propios cuerpos, tenían envidia del viento que se metía entre sus adentros y manía a sus ojos por no poder mirar sin cerrarse la belleza de lo que estaban sintiendo en aquella cárcel de colores.

No importaba el resto, no tenían miedo ni prisa, no querían perder la cabeza y no sabían cómo no hacerlo, sólo sabían que algún día las nubes se volverían grises y uno de los dos se perdería en uno de los callejones oscuros de su propio paraíso y que aunque nada les impidiera ser libres eran presa de ellos mismos, de esa obsesión mutua a la que estaban sometidos.

Pocas cosas eran más intensas que un roce involuntario o un susurro que se ensimismaba con su voz en el vacío de la casa que nunca necesitaron amueblar porque no podían perder el tiempo, no podían dejar escapar ni un segundo de sus vidas en vivirlas, pero si en morir juntos hablando con sus cuerpos.

Todos los días sonaba la misma canción, de odio obligatorio, que se transformaba en el amor más sincero que hayan tenido nunca dos seres inhumanos, el amor de dos polos opuestos condenados a atraerse  con tanta pasión que la muerte era la forma más fácil de acabar con su sufrimiento. Así pasarían la eternidad pegados, abrazados y sin necesitar hablar para decírselo todo.

Sabían que ya habían pasado por eso antes, ya tuvieron una vida plena en un tiempo pasado antes de venir a este mundo, porque sus ojos ya se conocían y sus labios ya se habían amado delante del reflejo de la ventana del autobús. Su pelo largo conservaba la forma que sus manos marchitadas le dejaron mientras sonreían y se preparaban para pasar juntos cada día.

Entonces sus corazones se pararon al mismo tiempo y sus lágrimas se juntaron en la comisura de sus labios mientras los primeros rayos de luz de la mañana entraban por la ventana, los pájaros dejaron de cantar y volaron tan alto como sus almas, que tuvieron la suerte de unirse en vida y que sólo se apagaran cuando el sol deje de salir o cuando seguir amándose no valga la pena.



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