NO ESTAMOS TAN MAL

Qué ganas tengo de que llegue el viernes.


Qué ganas tengo de pagar la hipoteca, el coche, el otro coche y la entrada del piso a 200 metros de una playa llena de ingleses con la cara roja y la espalda sin depilar.
Como me gusta ir al supermercado para resignarme a la emoción de decidir cual es el mejor olor para el suavizante, galletas con o sin chocoate, pan de centeno o copos de avena  y el jamón york con extra de E-407 pero sin conservantes.


Qué bien que ya no se escuchan los gritos de 1945, ni los lamentos de la peste negra, ni las cenizas en el viento de los campesinos muertos en los días de tormenta. Qué bien que ya no nos despiertan los mendigos que vienen incluidos por defecto en el pack de pasar frío en los primeros meses de enero.


Qué bien poder quedar para intercambiar `me gustas´ sin mirarnos a la cara y disfrutar de nuestra desidia para ensayar las sonrisas tristes  lo más estéril y asépticamente posible. Qué suerte la de poder  parecer clínicamente vivos y que promiscuas me resultan últimamente las gasolineras de autoservicio.


Los gorriones de las ciudades están desapareciendo.


Qué atrevida es la ignorancia y que huecos suenan `800 euros sin pausas para mear´, qué necesidad de hacerse una ecografía abdominal sin haberse lubricado las papilas gustativas y qué obsesión con el serrín para cuando llueve sobre el consumo ilegal de los estupefacientes preescritos por un abogado de oficio.


Qué rutinarios parecen los controles de seguridad, qué parecidos son los martes y los miércoles, qué manera de secuestrar al tiempo y qué bien disimulamos nuestra enfermedad para poder entrar al recinto del todo incluido en la isla de las cabezas cortadas o en nuestro piso de 33 metros cuadrados dividido por un cordón de terciopelo.


Qué esfuerzo tan contraproducente intentar ocultar ese carácter y esa lengua tan áspera. Que suaves son las orejas de los duendes y que fuertes resultan las bacterias de las frases escritas en mi portal. Qué podrida la fruta fresca, qué agradables los funcionarios y qué bonito parece Marte para dentro de 50 años. Qué rectas las espaldas de los soldados, qué caro está el salmón pescado con caña, qué mentira el telediario y que ironía tan perfecta tachar los días del calendario.


Nos están comiendo vivos a micro-mordiscos.


Que nuestra dignidad dependa del interés variable y del precio de los perritos calientes en la gran manzana es una muestra de debilidad humana, es una muestra inteligente  de la fecha de consumo preferente que tienen los atardeceres en el dorso cuando son de color naranja. Cuando los días computan doble y la incertidumbre del no saber que viene ahora nos hace pensar que nuestra alma es un poco más noble si vemos películas subtituladas en un cine mudo.
Pero qué grave resulta saber que no somos conscientes de que la frase más dura de nuestro tiempo es:  `qué ganas tengo de que llegue el viernes´, qué pena que hoy sea miércoles y no poder disfrutar de ésta noche tan bonita, qué pena tener que cumplir el toque de queda, qué envidia me dan los camiones libres por la autopista, qué cadenas tan gruesas me compré en el self service y qué sueños tan imposibles parecen esos que nos dijeron que no se podían intentar.














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